Se sobresaltó.
Sus tacones resonaban sobre el cemento.
Demasiado ruidosos.
La calle, demasiado solitaria.
Intentó, sin mucho éxito, caminar sin hacer tanto ruido. Las sombras caprichosas la acobardaban y aunque solo era el viento, sentía aprensión. Un movimiento cercano, quizás un gato o peor una rata, la inquietaron. Echó una ojeada. Suspiró. Se riñó por asustadiza aunque aceleró el paso.
¿Por qué se había puesto tacones?
Unas voces la alertaron. Miró a su alrededor y no vio a nadie. Siguió
avanzando. Tampoco un taxi. Se irritó.
¿Por qué nunca estaban cuando se los necesitaba?